Estas calles te vieron crecer y fueron el comienzo de esta maravillosa ciudad. No se puede concebir el sentimiento mirandés, el sentimiento rojillo y, a la vez, abandonar a su suerte al Casco Histórico que representa la historia de tu ciudad, aparca tu indiferencia.
Nuestro objetivo es devolver la vida a este barrio y que llegue gente atraída por su renovación. Vamos a rehabilitar las casas de los que ya están, rehabilitar las abandonadas y construir nuevas en solares olvidados para llenarlos de vida, de niños corriendo por estas calles, orgullosos de un barrio comprometido, ecológico y limpio. Un barrio abierto al río, a las huertas, a la picota, donde brille nuestro patrimonio restaurado y nunca vuelva a caer en el olvido.
Necesitamos tu ayuda para llevar a cabo esta labor. Uno de nuestros principales objetivos es abrir una oficina de información y gestión que informe, asesore y acompañe a los vecinos en el proceso de rehabilitación para que sea un éxito. Desde esta misma oficina se buscará la fórmula para promover los solares vacíos, mejorar los servicios del barrio así como la recuperación de los edificios patrimoniales. También se realizarán actividades culturales y lúdicas de distinta índole para concienciar a la ciudadanía de la importancia del barrio de Aquende en la historia de la ciudad.
• Informar, gestionar y proponer las intervenciones de Rehabilitación Energética a los edificios de viviendas, en los que sea factible esta intervención, para conseguir en ellos un nivel sanitario, de confort y de consumo similar al de los edificios de nueva construcción.
Promover la edificación sobre los solares vacantes, estableciendo un sistema de agrupación y ocupación para detener el progresivo vaciado que genera la
descontrolada alteración formal y funcional de la histórica trama urbana, con la pérdida de calidad ambiental que ello supone.
Priorizar las mejoras de los servicios de limpieza, vigilancia, alumbrado, salubridad, gestión de residuos, así como las de sus dotaciones y formular los cauces que posibiliten una movilidad urbana adecuada a la escala del núcleo, priorizando la participación ciudadana y su peatonalización con la integración de los márgenes del rio compatibles con su protección.
Estimular la recuperación y la integración urbana de los edificios patrimoniales. En especial la recuperación de la antigua iglesia de San Juan.
El 28 de Junio de 2022 un grupo de ciudadanos de diversos sectores profesionales se reúnen ante el alarmante estado del barrio de Aquende y deciden crear la asociación Renacimiento Patrimonio Histórico de Miranda de Ebro.
Esta asociación, consciente del progresivo deterioro del centro histórico, de su pérdida de población, degradación de sus servicios, dotaciones y viviendas, considera absolutamente obligado y necesario superar esta realidad encauzada a la marginalidad. Con total convencimiento creemos que su regeneración solo es posible aumentando su ocupación habitacional con un grado de confort y sanidad satisfactorio, protegiendo la calidad identitaria del barrio y aprovechando la oportunidad de subvenciones que refiere el plan de ayudas de financiación europea Plan de Rehabilitación Trasformación y Resiliencia.
Gracias a las personas comprometidas que apoyan este proyecto de revitalización del Centro Histórico, sin ellas nada de esto sería posible.
Renacimiento del Patrimonio Histórico es una asociación sin ánimo de lucro que tiene como objetivo revitalizar el Centro Histórico de Miranda de Ebro. Desde la asociación abogamos por la transparencia y publicaremos toda la información relativa de la misma: constitución de la sociedad, ayudas, subvenciones, convenios y estado de cuentas para que cualquier ciudadano lo pueda consultar.
El día es frío y soleado. Puede apreciarse su nitidez alzando la vista más allá de los balcones del tercer piso de la casa rehabilitada de enfrente.
Vuelvo a bajar la mirada sobre el mismo edificio y, tras el doble cristal del balcón, pero en el primero, veo a un señor mayor observando las flores de su jardinera. El olor a pan caliente inunda la estrecha calle. Sin duda, la concurrida panadería que está cincuenta metros adelante tiene la culpa.
Los golpes de martillo sobre el puntero, llaman mi interés por el escaparate del taller de escultura que se sitúa justo a la izquierda de mi paso.
Miro el reloj. Creo que llego puntual. El asesor de fincas me dijo que su oficina estaba en la esquina con la calle izquierda. Espero no equivocarme. Me dijo literalmente, “Antes del cartel la tienda de arreglos EL MANITAS”.
En la placita de mi derecha, un padre se lamenta. “Ni media hora limpio.” Le espetaba a su hijo que con el balón mojado por el riego mañanero de la calle, ya había conseguido que el pantalón vaquero azul, también fuera ahora marrón oscuro. “¡Ale! Toca subir otra vez hijo. Vas a lavar tú los pantalones.” Y desapareció con el cierre de la puerta del número 8.
Al fondo, el murmullo de un grupo de visitantes a la reciente iglesia restaurada situada al fondo. “No sé qué de Chantre,” se oye decir a uno.
- ¡Ah! Llegué. Aquí es.
SAN JUAN ELÉCTRICO PASABA
La pantalla hablaba de una guerra que entonces todo lo arruinaba y las tropas de Napoleón en el templo se cobijaban, mientras lo expoliaban, destruyéndolo.
Con sus amigos consumía ahora un momento de la adolescencia observando cómo la historia tejía los arcos góticos, cómo iba cambiando el edificio, entre animales tallados en la piedra, pero sobre todo, le causaba curiosidad y cierto temor el rostro de un diablo que se observaba esculpido en una ménsula...
Se sobresaltaron y rieron burlándose de la representación del Maligno, nada querían de esas maldades, ya había en el mundo bastantes. No era ese edificio el derruido ejemplo medieval de un barrio casi abandonado, alicaído, que recordaban sus padres.
En esa iglesia de San Juan Bautista que destripaban por la red cibernética, fascinante, había disfrutado los conciertos que hacían resonar lo mejor de lo antiguo, aprendiendo de los pasados tiempos. Restauradas las viejas casonas, habían sido repobladas por parejas jóvenes, con ayudas del ayuntamiento varias y los comercios habían vuelto a abrir como antaño entre callejas y plazuelas, donde los niños jugaban sin temor al tráfico, cerca el lento y hermoso discurrir del río: acontecimientos que pasan y no vuelven, cada instante, cada hora, cada día...
Hicieron el trabajo para el colegio recopilando datos de otras épocas que explicaban lo que eran, quiénes éramos... Una pesadilla emergió con el rostro del demonio pero al despertar se santiguó y encomendó al buen Dios, el sol cubrió las sombras pronto, lleno todo de color: a clases de nuevo.
Se lo contó entusiasmado a sus padres: la profesora se había desbordado en alabanzas y felicitaciones. Cuando pasó junto al monumento religioso, miró al cielo, imaginando cómo era aquella época de espadas y lanzas, sin ordenadores, y consultó luego su teléfono. Ahí aparecía una satánica foto. La borró.
ALLENDE
El pequeño se asió a la mano de su padre, que con la otra señalaba la orilla de enfrente: “Allí, bajo los rascacielos, se levantaba una ciudad.
SINONIMIA
Remontó con esfuerzo la cuesta de los Judíos y, agotada, descendió por Ia calle Independencia. Movimiento pendular. Su mirada reposaba sobre las aguas.
DONDE ACABAN LOS AMORES
Salimos compungidos del camposanto.
Yo iba junto a la viuda, que con mirada ausente no acertaba a cogerme del brazo. Nos dirigíamos a la cafetería CANTERA de la flamante iglesia de San Juan recién restaurada.
Separado de una persona tan querida, una terrible añoranza me encogía el corazón hasta el tamaño de un grano de café.
Las lágrimas, se evaporaban sin derramarse.
Los asistentes al sepelio se iban desperdigando, después de reiterar sus condolencias a la doliente dama, sin prestarme atención.
Tan solo el sacerdote, me sujetó la mano para consolarme.
Era lo que yo pensaba. Siempre fui un iluso.
Tiró con fuerza y con la otra mano, me atizó un capón en la coronilla.
- " Vuelve p´a dentro".
No era el cura oficiante. Era el dinámico Chantre de Calahorra y yo era el muerto.
Su mano descarnada de largas y centenarias uñas, clavaba sus huesos en la mía. A la espalda cargaba un pesado saco de yeso.
Autor de la imagen:
Felipe Fernández Garoña, artista mirandés.
Autor del texto:
David Barbero, periodista, escritor y profesor universitario nacido en Miranda.
¡COMO EN LA PARTE VIEJA, EN NINGÚN SITIO!
Eider, tumbada en el sofá de su casa un viernes después de terminar las clases, tomó su móvil y escribió el siguiente Whatsapp a su amiga Andrea, también adolescente:
- “Organiza una quedada para mañana x la tarde, a la salida del insti con toda la cuadrilla de tu hermano. ¡Pero garantiza que vaya Robert! Tengo q conseguir ligarlo ya de una p... vez.”
Contestó Andrea muy poco después:
- “Creo q mañana quieren ir al basket. Habrá que esperar al próximo fin de semana.”
De nuevo Eider:
- “Yo no puedo esperar una semana más. Sueño húmedo todas las noches con él. Convence a tu hermano para mañana. ¡Plis!”
- “Me dice mi hermano q él hace la gestión, si tú garantizas que asiste, a esa quedada, tu amiga Desi, la superrubia.”
- “Si vamos las 2 cuadrillas, seremos, x lo menos, 12.”
- “Tiene q ser un sitio para estar guay. ¡Cómodas! Con buenas vibraciones. Ya sabes. Para hacer grupos separados. Alguna esquina más privada. Y q tenga bebidas rojas.” Este Whatsapp lo envió Eider con importancia preferente.
- “Me dice mi hermano que él no se encarga de buscar un sitio para 12, con tantas exigencias. Eso es muy difícil en la zona nueva.”
Eider contestó inmediatamente y también colocó la importancia preferente.
- “Dile a tu hermano q si él garantiza la presencia de Robert, yo me encargo de todo lo demás. Busco el sitio y todo lo que sea necesario. Eso está txupado. En la parte vieja, hay de todo y para todos los gustos. Allí, busco varios lugares perfectos para estar juntas y para poder separarse.”
Al día siguiente, sábado por la noche, en lo más divertido de la quedada de ambas cuadrillas, en la parte vieja, Andrea se separó un momento para enviar un mensaje a su amiga.
- “Estamos pasándolo bomba en el karaoke del final de la calle San Juan, junto a la plaza de la feria. ¿Dónde estás tú?”
A Eider le disgustó tener que contestar, pero se lo debía a su amiga por haber logrado cumplir sus deseos.
- “Estoy con Robert en un txiriguito en la calle de atrás de Santa María. También está tu hermano con Desi. ¡Esto es lo + de lo +!”
La conversación electrónica se prolongó un poquito más.
Andrea: - “Habéis pensado recogeros e ir hacia casa?”
Eider: - “¡Olvidaos de nosotros: En la parte vieja, la noche siempre es joven. Igual que las mañanas y las tardes. Txao.”
Y todos aprovecharon hasta el final la noche joven de la parte vieja.
.Autor de la imagen Ricardo Dulanto
Autor texto: Ricardo Dulanto, nacido en Miranda; donde además de expresar sus dotes artísticas como dibujante, escritor y músico, regenta una farmacia
HE TENIDO UN SUEÑO
He tenido un sueño, y los sueños se pueden hacer realidad. -Por qué no-, solo hay que creer en ellos y tener el empeño de realizarlos.
Soy muy antiguo, algunos me llaman viejo, ya ni siquiera recuerdo mis orígenes, solo el eterno fluir de las aguas del Ebro en mis orillas, en las cuales se han ido reflejando mis imágenes a través de siglos alejándose río abajo, imágenes de viejos pobladores y culturas que me vieron crecer, de las diferentes gentes que me habitaron, y que me fueron dando vida, de milenios de historia, de guerras que ensangrentaron las aguas que me bañaban, de mis casas colgantes, todo ello ha ido dejando huellas y cicatrices en mi vieja piel, ni siquiera el viejo castillo ya mutilado que me presidía desde un alto llamado La Picota, ha resistido el paso del tiempo, mis viejas casas envejecen conmigo y los pobladores que no ha mucho corrían por mis arterias, fueron buscando otros cobijos alejados de mí, el tiempo es inexorable. El tiempo, siempre el tiempo.
Tengo el orgullo de haber sido el origen y nacimiento de una ciudad, de una ciudad fronteriza abierta a muchas culturas y, como he oído desde mi quietud de siglos más de una vez, una encrucijada de caminos. No se deben olvidar los orígenes, en mi caso soy el origen de todo lo que me rodea y os rodea, soy la historia aún viva de una ciudad, y como ya anciano, necesito cuidados, mis miembros son viejos, pero el tiempo y la historia permanecen en cada calle estrecha, en cada rincón, en cada iglesia, en cada plaza, en la memoria de los más ancianos, no quiero ni debo dejar de ser, el tiempo se ha detenido. He tenido un sueño, en el que el día era gris, y el Ebro me envolvía con jirones de niebla que ascendían hacia La Picota. No sé, pero me encontraba en una espacio intemporal, los sueños son aleatorios, pero éste tenía sentido en su decorado.
La imagen era de un decorado en el que estaba rejuvenecido, los colegiales ascendían por la vieja cuesta de los judíos vistiendo atuendos no conocidos por mí, las tapias y fachadas de limpias piedras emergían entre viejos y frondosos castaños de indias y plataneros que hacían de bóveda hacia los viejos chacolís, que lucían sus antiguos nombres, ahora rehabilitados. Todo ofrecía una imagen nueva y fresca. En el Ebro, que lucía aguas limpias, los pescadores se disponían a echar las redes como antaño, las fachadas y tejados de mis casas lucían unos nuevos y alegres colores venecianos sienas y ocres bajo la mirada del nuevo teatro. De los balcones pendían innumerables flores y plantas, bajo ellos un conocido pintor descargaba sus cuadros para exponer en una afamada galería de la plaza de España, un agradable olor a café y pan recién hecho recorría las viejas calles y pequeñas terrazas en las que los trabajadores estaban tomándose un descanso, no muy lejos se oían un violín y un chelo, posiblemente de algunos estudiantes del conservatorio, los comercios se preparaban para comenzar el día, al despertar tuve una gran sensación de placidez, parecía que, como a Lázaro, alguien me había dicho levántate y anda.
Soy el casco antiguo de Miranda de Ebro.
Autor de la imagen: Javier Guinea, nacido en 1984 en allende, vecino desde hace años de aquende. Científico de formación, artista de corazón.
Autor del texto: F. Rafael Varón Hernández, arqueólogo
FUTURO
Cuatro generaciones más tarde, así como en 2123, las y los visitantes del Centro Histórico de Miranda de Ebro estaban sorprendidos y encantados con el grado de conservación del lugar y de las oportunidades que ofrecía más allá del ocio cultural.
Esas visitas se habían asombrado con la colección de fotografías del antes, de aquel siglo XIX que vio nacer la técnica fotográfica y de la que la villa del Ebro fue protagonista. Imágenes oscuras, sí, pero no tristes: manifestaban la vida de las dos orillas del río, en desarrollo. Más tristes eran las imágenes de aquel final del siglo XX y de inicios del XXI: la oscuridad se había trasformado en color, pero mostraba un extraordinario desaliño urbano foto tras foto.
No obstante, esos momentos habían pasado poco a poco. En un momento determinado, las gentes que habitaban esos espacios, y aquellas personas que tenían su corazón ligado a las callejuelas de la villa, tomaron conciencia del barrio, de colectivo, de bien común, de mirar hacia su interior con el fin de sacar lo mejor de ellas y ellos para beneficiar al resto de la ciudadanía.
Aquellos pasitos cortos iniciales provocaron una nueva mirada, que quiso ver como se aceleraba el proceso y se puso las botas de 7 leguas. El objetivo estaba claro, construir un sitio donde vivir, convivir, envejecer, cuidar y hacer crecer criaturas, formar nuevas sagas familiares ligadas al corazón físico de todos los vecinos y vecinas de Miranda, tanto aquellas que tenían una antiquísima relación con el núcleo urbano cruzado por el río, como a esas otras que habían llegado recientemente a sus orillas.
Y esto es lo que sorpresa causaba, la unión de las gentes en pro de su bien común, su capacidad para mejorar la vida y afrontar un futuro mejor para todas y todos.
Autora de la imagen: Paula Pérez Cuartango, pachana, mirandesa y arquitecta. Movida por la vinculación de su familia con el Centro Histórico, actualmente se encarga de la oficina técnica de la Asociación Renacimiento junto a otros proyectos.
Jose Ignacio Tamayo. licenciado en Biología y ya de adulto de Geografía e Historia, profesor de instituto ya jubilado y que a parte de ser un gran andarín, le gusta escribir relatos breves. Y no es broma. Lleva ganados casi 20 concursos de relatos por toda la geografía española.
EL RETRATO DE MARGARITA DE SABOYA
Pocos saben que Margarita de Saboya, nieta de Felipe II, duquesa de Mantua y de Montferrat, y virreina de Portugal, murió en Miranda de Ebro, en el palacio de los Urbina. Y menos aún que los niños de Miranda de Ebro fueron los primeros en toda España en jugar con pompas de jabón. Yo mismo desconocía ambas circunstancias hasta hace bien poco. Hasta que me llamaron de Sotheby’s comunicándome que preparaban una subasta en Londres, y me pidieron que me hiciera cargo de la restauración de una de las obras. Iban a sacar a la venta un importante lote de pinturas, esculturas, muebles y otros objetos relacionados con la casa Saboya, y en seis meses necesitaban tener listo el catálogo. Así que el trabajo tenía que estar terminado para entonces, y figuraría en el inventario como Retrato de Margarita de Saboya.
El cuadro estaba en las dependencias del Palacio de los Urbina, frente al ayuntamiento. Pared con pared con la Casa de las cadenas, en donde por lo visto alguna vez se alojaron Napoleón Bonaparte y Fernando VII. Estaba almacenado en un altillo, en un lugar oscuro que, por supuesto, no era la ubicación idónea para trabajar, de modo que pedí permiso para llevarlo a la planta baja, antiguamente destinada a las caballerizas. Me instalé en una de las salas, junto al despacho parroquial, y pedí que me dieran unas llaves para poder entrar y salir cuando quisiera. Lo primero que hice, cuando habilité el lugar, fue colocar el retrato en un caballete y hacer una inspección general de su estado. Estar guardado durante siglos en un espacio lóbrego, saturado de la humedad por la proximidad del río Ebro, indudablemente no le había hecho bien. Luego, me dediqué a planificar mi trabajo. Pasé mucho tiempo analizando a Margarita de Saboya, examinando con lupa cada poro de su piel. Poniéndome delante de ella y haciéndome con la técnica que la había creado. Metiéndome en el trazo mismo del pincel. Deduje que el retrato había sido hecho por alguien perteneciente a la escuela de Jordaens, porque las manchas de color no tenían la marca curva de Rubens, y de aquellos que trabajaban en su taller. Me pasé tanto tiempo mirando el fondo de sus pupilas, que llegué a imaginar lo que había más allá del personaje de la casa de Saboya. Cuáles eran las ilusiones y los miedos de la mujer llamada Margarita. Además de mirarla cara a cara, indagué en su biografía. En el papel que jugó, siendo utilizada como peón en interés de una dinastía, para asumir el cargo de virreina. Durante seis años ella, y solo ella, fue el vínculo que unió toda la península. La persona que defendió los intereses políticos de los Austria en Portugal.
La figura de la señora duquesa sobre la que tenía que trabajar era un retrato de medio busto que, a pesar de las condiciones en las que había estado guardado, no tenía demasiado deterioro. Había, eso sí, unas manchas diminutas que hacían parecer como si a Margarita de Saboya le hubiese caído encima una lluvia de confeti amarillento. El pelo era el lugar en el que eran más evidentes. A pesar de los defectos, la zona del rostro aparecía inesperadamente intacta. El autor había retratado a la duquesa de Mantua cuando esta tenía alrededor de veinte años, y daba la sensación de que aún se mantuviese viva la lozanía de su piel. Cuando llegó a Miranda de Ebro había cumplido ya los cincuenta y uno. Supuse que ese retrato viajó con ella toda la vida. De una corte
europea a otra. Para que no olvidase nunca la hermosura de su juventud. En todo caso había sido una mujer muy guapa. Y tenía una sonrisa dulce, liviana.
Mi trabajo arrancó la segunda semana. Antes de empezar, como si fuese un cirujano que va a operar a la paciente y sonríe con amabilidad para tranquilizarla, le saludé:
—Hola —dije.
Me pareció que ella, me respondió con una leve reverencia, y una sonrisa. Luego, me puse a limpiar la obra. Era una tarea que obligaba a mucha proximidad. Incluso, al acercarme, me parecía que el lienzo, en lugar de a pintura o a disolventes, olía a ella, a la señora duquesa.
Al terminar la limpieza, los colores revivieron. Y prácticamente todas las manchas amarillentas de su pelo, habían desaparecido. Me acerqué a su rostro, y miré con orgullo el resultado de mi esfuerzo. Su sonrisa dulce rescatada del fondo de los tiempos. Y, como quien saluda a una vieja amiga a la que no has visto en cuatrocientos años, dije:
—Hola.
—Hola —me respondió, con una dicción perfecta en castellano.
Había estado durante tantas horas tan cerca de ella, casi piel con piel, que no sé por qué, no me sorprendió que me hablara. Ni porque fuera un objeto inanimado que representaba a una persona que había muerto en el siglo XVII, ni porque una dama de la nobleza respondiese al saludo de un plebeyo. Tampoco que lo hiciera en mi idioma, a pesar de haber nacido en Turín. Quizás esto último era lo más natural, dado el cargo que representó. Y, como para que no se interrumpiera el diálogo que acabábamos de empezar, no se me ocurrió otra cosa que preguntarle que cómo era que hubiese terminado en Miranda de Ebro.
—Don Juan de Urbina fue capitán de las mesnadas que sirvieron a mi bisabuelo, el emperador Carlos. Nada mejor para buscar amparo que el palacio de la estirpe de un muy leal servidor de mi linaje.
Ese fue el modo en el que rompimos el abismo de siglos que nos separaba. A partir de ahí, todo fue más sencillo. Cada vez que trabajaba en el lienzo lo hacía con lentitud, para prolongar su compañía todo lo posible, sin saltarme el plazo que me había dado la casa de subastas. Y, aunque conocía su historia, no me pareció que hubiese nada mejor de lo que hablar que preguntar por su vida, y oírla de su propia boca.
—Fue mi primo, Felipe el Cuarto, quien me obligó a ir a Lisboa. Y él quien me desasistió cuando era contrariedad, y no favor a sus intereses, que yo siguiera en Portugal.
Y, con un deje de amargura, siguió con su relato.
—Me permitieron salir sin daño en una carroza, privándome de séquito, y
haciéndome atravesar con poco ropaje las frías estepas castellanas. Aunque no sé qué puede producir más daño, si el frío, o el trato indigno a quien, por sangre, tiene derecho a un protocolo augusto. Me sentí confortada cuando, desde lejos, divisé la iglesia de Santa María y el castillo. Luego, al atravesar la muralla, aunque las calles empedradas hacían saltar la carroza, y aunque no conociera el carácter de los mirandeses, me sentí amparada.
Aprendí mucho de ella simplemente dejándola hablar. Y dando pie con mis comentarios a que saltara de un pensamiento a otro.
—En Miranda de Ebro encontré la quietud de alma que nunca tuve. Lo supe porque cuando hacía mis paseos desde la iglesia de san Juan Bautista en Aquende, hasta la del Espíritu Santo en Allende, no tenía prisa en llegar. Me complacía en callejear sin el apremio de tener que despachar con una persona principal, y sin miedo de que alguna de ellas me hiciese traición.
Lo entendí perfectamente porque era algo parecido a lo que me pasaba a mí estando con ella. Mientras conversábamos, me entretenía en asuntos intrascendentes como rehilar las hebras sueltas de los bordes del lienzo, o recuperar el marco original que seguramente luego Sotheby’s despreciaría. Todo para que no se terminara el tiempo que compartíamos.
—Subir por el cerro hasta el castillo, y contemplar desde ahí las techumbres de las casas, elevaba mi ánimo —contaba con ojos risueños. Como si estuviera viendo la ciudad en ese mismo momento—. Y gocé del disfrute de entregar mi tiempo a perderlo en la bulla del mercado.
Y seguía, pasando de sus relatos de la ciudad que la acogió, a los paisajes que hablaban de sus sentimientos.
—Me casaron con Francisco de Gonzaga a quien no conocía. Un hombre morugo y poco apuesto. Y al que le costaba yacer con una hembra —confesó con tristeza.
Un día, como para animarla, acerqué mi mano y me atreví a tocar con mimo su pelo. Las hebras de su cabello rizado se desenredaban con delicadeza entre mis dedos, y la señora condesa me correspondía dejando caer sus párpados lentamente. Como si fuese un cachorro agradecido por mis caricias. La vi especialmente triste y traté de consolarla.
—Tenéis que sentiros satisfecha, señora. Sois un personaje ilustre y figuráis en los libros de Historia.
—Más me hubiese valido tener contento que nombradía. Me pasé muchas horas asomada a los ventanales del palacio de los Urbina. Contemplando con melancolía la neblina pegada a las aguas del Ebro enredarse con la torre del puente.
No supe cómo replicar, porque, en el fondo, estaba de acuerdo con el mensaje que me transmitía.
—No es estar en los libros lo que me enorgullece. Sino haber hecho felices a los niños de Miranda de Ebro —siguió.
Callé porque no sabía a qué se estaba refiriendo. Y opté por lo más prudente, dejar que siguiera hablando.
—Siendo muy joven, Milano Casatti, un joven matemático italiano me enseñó a hacer pompas de jabón. Para él era un experimento acerca de la naturaleza de las esferas, pero a mí me divertía ver cómo salían volando, y luego hacerlas explotar. Esas vejigas de aire ha sido lo que más regocijo me ha producido en la vida. Ver a los niños cómo las soplaban en la plaza del rey, y luego las perseguían para romperlas.
Me apenó escuchar que la mayor alegría de alguien que se había movido entre el lujo, hubiesen sido unos frágiles globos que estallan cuando intentas atraparlos.
—Cuando llegué a Miranda de Ebro, convertí las pompas en un juego para las crianças —continuó con orgullo—. Mandé contar el número de niños que vivían en toda la ciudad, y ordené fabricar tubos de arcilla huecos para que ninguno se quedara sin ellos, y todos pudieran inflar sus propios globos de aire.
Y, después de contarme ese suceso, calló. Recordé que criança en portugués significa niño, y respeté su silencio con mi trabajo distante. Limpiando pinceles, pasando disolventes de un frasco a otro. Qué sé yo. Pero mirando de refilón a su rostro. Y al fondo de sus ojos. Y al fondo de los pensamientos que seguramente se agitaban tras ellos. Margarita de Saboya, nieta de Felipe II, duquesa de Mantua y de Montferrat, y virreina de Portugal, asomada a la balconada del Palacio de los Urbina. Observando cómo los niños de Miranda de Ebro, entre risas, jugueteaban en la plaza soplando unos tubos de arcilla y haciendo volar burbujas de jabón.
Teléfono:
E-mail: asociacion.r.c.h@gmail.com
Dirección: Plaza de España 11, Miranda de Ebro - Burgos - 09200
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